Antes de comenzar la exposición de nuestras propuestas sobre la problemática situación bélica presente, consideramos oportuno hacer explícitas algunas de nuestros principios y creencias, que se ponen en juego al considerar la situación actual, especialmente en lo referente a los conflictos bélicos y a la amenaza que suponen las armas nucleares que, de manera irresponsable, ya está jugando un papel en la guerra de Ucrania.
En la base de todas nuestras propuestas está la consideración de la conciencia humana como activa e intencional, formando una estructura indisoluble con el mundo, y no como un mero reflejo o con una existencia separada de éste. La conciencia estructura al mundo, y lo hace de acuerdo a sus necesidades, creencias e intereses. Poniendo un ejemplo un tanto grueso, ante un conflicto bélico no será igual la mirada del que sufre un bombardeo en su ciudad, que experimenta como su vida es arrasada, que la del traficante de armas que ve en el bombardeo la posibilidad de incrementar sus ventas y de mejorar sus ingresos.
Tampoco es tema menor poner de manifiesto desde qué paisaje de creencias y valores estructuramos las complejas situaciones a las que nos enfrentamos y que a todos nos comprometen. Esto, que parece una obviedad, se suele escamotear al analizar o describir los hechos objetivos, que se presentan de la manera más conveniente para los intereses de los que construyen su relato. Decía Ortega que en la comunicación, tan importante es lo que se dice como lo que no se dice, aludiendo precisamente al trasfondo de creencias por debajo del discurso, que si no se conoce no permite una comprensión completa del mismo. Silo, en su aporte sobre las condiciones para el diálogo, formula que éste no puede darse cabalmente sin tener en cuenta los intereses y creencias predialogales, que van a facilitar o impedir el acuerdo sobre las materias a tratar. Así nos ha pasado a menudo que aunque mucha gente dice estar a favor de la paz y en contra de las guerras, esa opinión está lejos de llevar a una resolución para actuar en esa dirección, porque precisamente otros intereses más poderosos los movilizan en otro sentido o los inmovilizan.
Es conveniente, por tanto, considerar los paisajes desde los que se piensa, se siente y se actúa. En el Documento del Movimiento Humanista quedaron enunciados nuestros principios básicos respecto de la situación social en la que nos encontramos y nuestras propuestas de acción. En él se afirma: Todas las formas de violencia física, económica, racial, religiosa, sexual e ideológica, merced a las cuales se ha trabado el progreso humano, repugnan a los humanistas. Y para acotar qué entendemos por violencia, en la Tesis 4.1 del Partido Humanista se definen sus distintas formas como expresiones de la negación de lo humano en el otro. La Tesis 6 va más lejos y ubica la superación de la violencia en todas sus formas como eje del proceso de humanización del mundo, capaz de dar continuidad al proceso histórico y sentido al ser humano, ya que afirma su intencionalidad negada por otros. Si estuviéramos en el campo de la biología, podríamos decir que la no violencia está en el ADN de los humanistas.
Desde estas coordenadas ideológicas y también existenciales, los humanistas llevamos décadas denunciando la carrera armamentística, la amenaza de las armas nucleares y el desastre humano y medioambiental que las guerras provocan. No es necesario recordar que con una pequeña parte de lo que se gasta en armamento podrían resolverse los graves problemas ambientales o de pobreza en el mundo
Esta posición está muy lejos de otras concepciones y sobre todo está muy alejada de la que impera en un sistema que es violento en su raíz más básica. Es violenta la apropiación del todo por una parte que se manifiesta en la creciente acumulación de los recursos cada vez en menos manos, que deshumaniza a los oprimidos y niega sus posibilidades de elección. Por supuesto que la violencia contamina todos los ámbitos de la existencia humana, y sería muy largo examinar sus distintas expresiones, pero es conveniente tener en cuenta que está incorporada en nuestro paisaje de formación, ese conjunto de creencias, comportamientos y valores que nos es transmitido en las primeras etapas de nuestra biografía. La violencia, e incluso la venganza, están en la base del relato fundacional de numerosos Estados modernos y en la base del mantenimiento del orden social, económico y político.
Numerosos teorías se han elaborado para legitimar la violencia. Edmund Burke, basándose en una supuesta naturaleza “depredadora” del ser humano, que le hacía ser un lobo para su prójimo desarrolló la idea de un Estado poderoso, que denominó Leviathan, necesario para evitar la caída de la sociedad a un estado de naturaleza salvaje, que sólo la dura coacción del Leviathan podía evitar. Muy oportunamente, esta línea de pensamiento servía para justificar el creciente poder de las monarquías absolutas que se imponían en Europa y el monopolio del uso de la violencia para los nuevos Estados. De igual manera las teorías racistas desarrolladas en Europa a finales del siglo XIX y principios del siglo XX coinciden con la nueva expansión colonial en África y Asia de las potencias occidentales. Numerosos científicos sociales establecieron un sistema de razas e individuos superiores e inferiores que de nuevo pretendía justificar la violenta apropiación de recursos y personas. En este caso, las teorías evolucionistas de Darwin y la selección natural del más apto se utilizaron para deshumanizar a millones de personas, considerándolos desde un punto de vista meramente zoológico. Poco tiempo después el nazismo y el fascismo llevaron el horror a una escala desconocida, siguiendo esas mismas coordenadas ideológicas. Finalmente, la institución del patriarcado en la Edad del Hierro, que relegó a las mujeres y las sometió a los varones, también fue justificado en Europa por motivos teológicos en la Edad Media, que más adelante fueron sustituidos con argumentos científicos. En el lenguaje perduran las huellas de estas ideologías, que han considerado a los nativos oprimidos como naturales; a los obreros explotados como fuerza de trabajo; a las mujeres relegadas como procreadoras; a las razas dominadas como zoológicamente inferiores; a los jóvenes desposeídos de los medios de producción como sólo proyecto, caricatura, inmadurez de hombres plenos; a los pueblos latinoamericanos y africanos como evolutivamente incompletos, como subdesarrollados.
Antecedentes de la situación actual: una oportunidad a la paz
Los últimos años de la década de los 80 del siglo pasado alumbraron el final de la Guerra Fría que habían protagonizado dos grandes bloques liderados por los Estados Unidos y la Unión Soviética y que puso al planeta al borde de la guerra nuclear en varias ocasiones.
El despliegue de armas nucleares llevado a cabo por ambas potencias se amparaba en la doctrina de la disuasión nuclear por la que ambas potencias confiaban en que el miedo a una confrontación que significaría el fin del planeta impediría que las dos potencias apretaran el botón de la guerra nuclear. Durante la primera mitad del siglo XX, las guerras habían causado una devastación desconocida en siglos anteriores, que culminaron en la II Guerra Mundial con la utilización de armas nucleares en Hiroshima y Nagasaki en 1945. El impacto de las bombas en la conciencia humana todavía resuena y nos pone en presencia de la posibilidad real de desencadenar una catástrofe que termine con la vida humana en el planeta tal como la conocemos Pero aunque no se llegó a este punto, el conflicto entre los bloques capitalista y comunista desencadenó numerosas guerras convencionales en países de África, Asia o América Latina, en los que cada bando estaba armado y dirigido por las potencias rivales.
En este contexto, de grave peligro para la humanidad, tres referentes, de distintos continentes, países y culturas, formularon una salida a la asfixiante violencia que sufrían las poblaciones. Separados en el espacio, pero no en el tiempo, Mohandas Gandhi en la India, Martin Luther King en los Estados Unidos, y Mario Rodríguez Cobos, Silo, en Argentina, coincidieron en desarrollar la no violencia activa, como método de transformación social y personal. Por todo el mundo los movimientos en contra de las guerras, a favor de los derechos civiles de las minorías étnicas y de las mujeres y de la independencia de los pueblos colonizados, adquirieron gran fuerza motorizados por una nueva generación. Varios países, encabezados por la India, que había conseguido su independencia gracias a las movilizaciones encabezadas por Gandhi, se reunieron para salirse de la política de dos bloques que se habían repartido el mundo.
La situación cambió radicalmente cuando la cúpula dirigente de la Unión Soviética con su Presidente Mijail Gorbachov, concluyó que era necesario revolucionar el sistema y abrirlo a las aspiraciones de los pueblos mediante una política que denominaron perestroika. Gorbachov selló con el Presidente Reagan diversos acuerdos que limitaban las armas nucleares, dotados con mecanismos para verificar su cumplimiento. Una nueva era de distensión se abrió, el telón de acero que dividía herméticamente en dos partes Europa se derrumbó, y el antiguo Pacto de Varsovia, que alineaba a los países de Europa del Este en una organización militar se disolvió.
El mundo bipolar terminó. Los gurús del capitalismo anunciaron el fin de la historia y de las ideologías y predicaron un salvaje neoliberalismo que comenzó a desmontar los mecanismos que el estado del bienestar había creado para asegurar las vidas de las clases trabajadoras, caros y superfluos para las grandes corporaciones. Sin embargo, la OTAN, la principal organización militar del bloque liderado por los Estados Unidos, no desapareció, tal como había sucedido con su némesis oriental. Al contrario, desaparecida la amenaza comunista, inició en 1999 un proceso de ampliación que comenzó con la entrada en la organización de países de Europa Central (Hungría, República Checa y Polonia). Ese mismo año la OTAN realizó su primera acción de guerra a gran escala en Europa, con el bombardeo sobre Belgrado. Los mecanismos de cooperación (Organización de Cooperación y Seguridad Europea), que se habían creado para incluir a todos los países de Europa y a Rusia, no se desarrollaron, y las expectativas de una era de paz y cooperación económica se frustraron.
La integración de los países de la zona de los Balcanes y del Báltico, e incluso la invitación a Ucrania y Georgia a integrarse en la organización, llevó a la OTAN hasta las fronteras de Rusia, que quedó acorralada. Estados Unidos aprovechó a los nuevos miembros de la OTAN para desplegar misiles en su territorio, a través de una iniciativa que en primer término se denominó guerra de las galaxias, aunque finalmente fue rebajada a escudo antimisiles, diseñada para neutralizar posibles ataques de Rusia.
Por otro lado, la actividad desplegada por la OTAN ha sido extremadamente agresiva en las últimas décadas. Las intervenciones en Libia o Afganistán, por citar dos ejemplos, no han tenido que ver con la defensa de sus países miembros, y sí con el apoyo al papel de Estados Unidos como gendarme mundial. La expansión y agresividad de la OTAN se comprende mejor al cotejarla con la planificación estratégica de Estados Unidos, definida en la Guía de Planeación de la Defensa 1994-1999. Su principal objetivo es, según la guía, evitar la aparición de un nuevo rival, ya sea en el territorio de la antigua Unión Soviética o en alguna otra parte, y por tanto prevenir que una potencia hostil domine una región cuyos recursos, con un control consolidado, bastaría para generar una potencia mundial. Estas regiones incluyen Europa Occidental, el este de Asia, el territorio de la antigua Unión Soviética, y Asia Sudoccidental.
Al igual que en la zona Euroasiática el rival hostil es Rusia, en el Pacífico la planificación estratégica de los EEUU se ha dirigido a impedir la expansión y el aumento de la influencia de China, potencia regional y mundial emergente. El despliegue militar de las fuerzas armadas de los Estados Unidos se ha extendido por todos los continentes y océanos (700 bases militares en más de 80 países).
Para la estrategia imperialista de los Estados Unidos no es conveniente una hipotética Unión Europea fuerte y liberada de su dependencia militar con la OTAN. Una potencia cuyo peso económico es comparable al de los Estados Unidos y cuyos intereses económicos, políticos y sociales no coinciden con los de este país. Aunque la evolución de la Unión Europea, definida así por sus creadores, era la de formar una fuerte estructura política de carácter federal, con una constitución propia e incluso una política de defensa netamente europea, muchos obstáculos lo han impedido y han pretendido que la UE fuera una zona de libre mercado lo menos regulada posible. Precisamente los países más vinculados o dependientes de los Estados Unidos, especialmente el Reino Unido hasta su salida de la UE, han sido los encargados de frenar muchas de las iniciativas para avanzar en la integración política.
Otras potencias regionales cuestionan abiertamente el modelo unipolar o, como se decía en los años setenta, imperialista, y han tomado acuerdos para dar pasos basándose en su potencial económico y político. Así en 2006, Brasil, Rusia, India y China se asociaron en el BRIC, al que se unió posteriormente Sudáfrica en 2011 integrando el BRICS. La cooperación entre estos países se ha concretado en nuevas instituciones financieras, y en el planteamiento de reformas de las ya existentes, en las que no se sienten representados (FMI), o incluso en la sustitución del dólar como moneda franca en el comercio internacional. Son medidas que anuncian un nuevo sistema mundial multipolar que se basa además en sólidas predicciones de crecimiento de las economías de estos países, que en poco tiempo superarán a las de Estados Unidos y las principales de la UE. A los BRICS podrían sumarse otras potencias económicas y políticas como México o Corea del Sur, con lo que su peso sería todavía mayor.
En los últimos años hemos regresado a la explosiva situación de la Guerra Fría, pero esta vez el conflicto bélico no es en África o Asia, sino en el interior de Europa. La ruptura unilateral de los Estados Unidos en 2019 por la Administración Trump del Tratado de eliminación de misiles nucleares de medio y corto alcance (INF), firmado en 1987 abrió las puertas al incremento de armas nucleares y a reiniciar una peligrosa carrera armamentística. En 2023 Rusia ha confirmado esta tendencia y se ha retirado del nuevo tratado START, que limitaba para ambas potencias el número de armas nucleares.
¿Guerras en nombre de los derechos humanos?
Y de nuevo ha sido necesario para los agresores justificar las intervenciones militares de la OTAN y/o de los EEUU ante la opinión pública nacional e internacional. Para ello se han utilizado todo tipo de argumentos, desde las amenazas de grupos terroristas a la defensa de los intereses estratégicos de Occidente o incluso a la defensa de la democracia y de los derechos humanos en los países intervenidos. Curiosa paradoja que no se sostiene por ningún lado, puesto que en cualquier guerra desaparecen los derechos más básicos, incluido el de la vida. El balance de las intervenciones no deja un rastro de derechos o bienestar, sino de destrucción, empobrecimiento de las poblaciones e incremento de la violencia en todos los ámbitos. Se entienden mejor las guerras al trazar una correspondencia de las mismas con el control de recursos estratégicos como petróleo, uranio, gas, etc.
Por otro lado, el argumento de la defensa de la democracia y de los valores occidentales, que merecen ser exportados a países más atrasados que no gozan de los maravillosos estándares occidentales nos retrotrae a aquel discurso darwinista que estableció razas superiores e inferiores, todavía vigente en el paisaje de mucha gente, y que impide advertir cómo la mirada hacia el resto del mundo está teñida de una superioridad que se manifiesta en los juicios y valoraciones que se hacen sobre la manera de vestir o de saludarse de otras culturas. Es indudable la conexión de las teorías racistas con las corrientes supremacistas en los Estados Unidos, que rechazan la igualdad de derechos y oportunidades, y los derechos civiles de las minorías, y que aspiran a una limpieza étnica que está causando hoy graves enfrentamientos raciales entre la población.
De nuevo la guerra planea sobre Europa
La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha llevado de nuevo a Europa a sufrir en su territorio un conflicto bélico que puede derivar en una catástrofe nuclear. Otra vez los pueblos se ven atrapados y atemorizados. Amenazadas sus vidas. Truncado su futuro. Otra vez, al mismo tiempo que las balas, se han disparado los precios de las fuentes de energía (petróleo y gas). Otra vez buitres carroñeros que, alimentándose de los muertos, obtendrán grandes beneficios económicos. Pongamos en claro que la invasión de Ucrania por parte del ejército ruso, en una decisión unilateral del Gobierno de Putin es un acto que merece toda la repulsa y condena por parte de los pueblos y la comunidad internacional. Pero no veamos solo la foto fija del momento de la invasión y consideremos todo el proceso descrito anteriormente.
La guerra ha reactivado y agudizado la dependencia de Europa respecto de la política hegemónica de los Estados Unidos y su subordinación a la OTAN. Las importantes relaciones económicas entre Rusia y los países de la UE se han roto. El suministro energético de Rusia hacia Europa, que movía miles de millones de euros, ha sido desviado hacia las compras de combustible licuado procedente de los Estados Unidos. La industria armamentista se frota las manos con los grandes incrementos en gasto militar a los que se ven exigidos los países europeos de la UE. El suministro de armamento a Ucrania se eleva progresivamente, incluso con armas hoy día prohibidas por la ONU. Rusia empieza a considerar y a publicitar las situaciones en las que Rusia estaría dispuesta a utilizar armas nucleares. La temperatura va subiendo poco a poco, mientras las poblaciones se van acostumbrando a la amenaza nuclear.
Mientras tanto, la propaganda en los medios a favor de la guerra es abrumadora. Se difunden noticias de las operaciones militares, de las sanciones económicas que intentan estrangular la economía rusa, de las armas enviadas desde toda Europa para fortalecer el ejército ucraniano o de las masacres causadas por el ejército ruso. Los opinadores pontifican una y otra vez sobre la legitimidad de esta guerra y solo se visualiza el fin del conflicto pasando por la derrota del Estado ruso y el fin de Putin. En los medios no se publica en cambio información sobre el legado que dejará esta guerra. Miles de muertos y heridos, infraestructuras destruidas, ciudades arrasadas, y odio y desesperación en dos pueblos mezclados en su historia y cultura. Cada día que pasa la guerra evidencia el desastre que dejará a las futuras generaciones. No se habla de paz porque detrás de los datos e informaciones con las que los medios bombardean a las poblaciones y que pretenden ser la verdad absoluta, están los valores y los intereses que por debajo animan el discurso. Desde fuera del continente europeo, la visión es diferente, Lulla da Silva, presidente de Brasil ha puesto el dedo en la llaga y ha denunciado que no se está trabajando por buscar una salida negociada del conflicto, y el peligro para todo el planeta que apareja esta guerra. Lo cierto es que esta guerra no es solo entre Ucrania y Rusia, también es la guerra de Estados Unidos contra Rusia, para la que utiliza al Estado ucraniano, y a la que ha arrastrado a la Unión Europea, en la que los países fronterizos con Rusia son especialmente sensibles al imperialismo ruso.
La UE, tradicionalmente proclive a la vía diplomática y a la negociación, ha mutado al convertirse en suministradora de armas a una zona en conflicto; incluso ha creado un fondo, paradójicamente denominado Fondo para la Paz, destinado para la ayuda militar a Ucrania, violando los principios básicos de una organización que nació precisamente con la filosofía de evitar las guerras en Europa después de que la población europea sufriera dos devastadoras guerras mundiales.
La posición del Partido Humanista
En la Marcha Mundial por la Paz y la No Violencia, promovida por todos los organismos del Movimiento Humanista, se plantearon cinco puntos que a día de hoy siguen siendo fundamentales, y que deberían aplicarse para solucionar el conflicto en Ucrania: el desarme nuclear a nivel mundial, el retiro inmediato de las tropas invasoras de los territorios ocupados, la reducción progresiva y proporcional del armamento convencional, la firma de tratados de no agresión entre países y la renuncia de los gobiernos a utilizar las guerras como medio para resolver conflictos.
Para los humanistas, a estas alturas del siglo XXI, dos principios básicos deberían constituir la base de las relaciones internacionales. El primero el de renunciar a las guerras como forma de resolver los conflictos entre países, y el segundo la prohibición, para todos los estados, de la fabricación, almacenamiento y uso de armas nucleares, así como de las biológicas y las químicas.
Sobre el primer punto, los humanistas proponemos la progresiva adopción en los textos constitucionales de una expresa renuncia a la guerra, excepto en el caso de legítima defensa. Contamos en nuestro país con un importante antecedente digno de ser recordado, la Constitución de la Segunda República, aprobada en 1931, así lo estableció. No se basa este principio en la ingenuidad de unos bienintencionados, sino en la experiencia fundamentada de las desastrosas consecuencias que las guerras han dejado en todo el planeta. Abandonar las guerras definitivamente supondría un avance gigantesco en esta prehistoria de la Humanidad que todavía hoy vivimos.
Sobre el segundo punto, a pesar del peligroso momento bélico que sufre Europa, una importante iniciativa se ha abierto paso en las Naciones Unidas. Un importante y mayoritario número de estados han suscrito el TPAN (Tratado Sobre la Prohibición de las Armas Nucleares), que ha entrado en vigor en 2021. Pero son precisamente los Estados que disponen de armas nucleares los que con más virulencia se niegan a suscribir este tratado. Tampoco el resto de los países que integran la OTAN y no disponen de armas nucleares han suscrito este acuerdo. Por ello, y en la situación de guerra en la que nos encontramos, los humanistas proponemos la inmediata firma del TPAN por parte del Estado español, lo que supondría un giro en la política exterior española con un impacto importante entre los gobiernos y las opiniones públicas de los países de la Unión Europea.
Los humanistas planteamos la salida de España de la OTAN, a la que consideramos una organización cuyos intereses no son los de promover la paz y la seguridad en sus estados miembros, sino que están directamente vinculados con el fortalecimiento de la posición imperial de los Estados Unidos en el planeta. La seguridad de los países europeos debe afrontarse dentro de la Unión Europea, con una organización propia sin dependencia externa.
Planteamos también la salida de España del escudo antimisiles, esta iniciativa fue entendida por Rusia como un acto hostil, y las bases donde se estacionaron los misiles, entre ellas la de Rota en Cádiz, quedaron marcadas como objetivos militares en un conflicto entre las dos potencias.
Para terminar, quisiéramos recordar lo dicho por Silo en la cumbre de Premios Nobel de la Paz en Berlín en noviembre de 2009, en la que señaló que la crisis actual evidencia el fracaso global de un sistema cuya metodología de acción es la violencia y cuyo valor central es el dinero. En las poblaciones no está instalada todavía a nivel general y global la defensa de la vida humana y de los más elementales derechos humanos. Aún se hace apología de la violencia cuando se trata de argumentar la defensa y aún la defensa preventiva contra posibles agresiones. Es necesario despertar la conciencia de la No Violencia Activa que nos permita rechazar no sólo la violencia física, sino también toda forma de violencia económica, racial, psicológica, religiosa y de género. En esa tarea nos emplazamos los humanistas.
Arturo Viloria