domingo, 12 de mayo de 2013

¿Qué entendemos por cambio de sistema?

 

“¿Qué entendemos por cambio del sistema?” es el título de la ponencia que ha desarrollado Pablo Martín, ex secretario de organización del Partido Humanista, en la inauguración del I Congreso de Organizaciones Democráticas celebrado los días 10 y 11 de mayo en la Universidad de Salamanca. Ante un aforo de más de 35 organizaciones políticas, sociales y vecinales, Martín ha advertido que “un cambio esencial de sistema deberá abordarse simultáneamente en todos los planos”  y que tal “revolución” requiere una “profunda trasformación en las conciencias de la gente”.
  





A pesar de que frecuentemente podemos oír alusiones al sistema o al cambio de sistema y que creemos tener un concepto de estos términos similar al de los demás, en realidad, si preguntáramos a otros quizá veríamos que esto no es así. De hecho, poca gente da una idea precisa acerca de “sistema” cuando se la pregunta. Y aquellos que si tienen una idea precisa frecuentemente difieren mucho entre si.

Generalmente, al hablar de sistema la gente se refiere al conjunto de normas y comportamientos de las estructuras sociales y políticas que gobiernan la vida de las personas. En este momento histórico es ya muy claro para casi todo el mundo que la interdependencia de los países es tal que, de una u otra manera este “sistema” es único en todo el planeta. Hasta ahí casi todo el mundo está de acuerdo, y no se suele profundizar mucho más.

Por supuesto, esto es muy insuficiente. Ya el hecho de la uniformidad del sistema en todas partes debería llevarnos a cuestionarnos cómo es esto posible. O bien todos estamos de acuerdo, lo cual parece difícil, o bien este “sistema” es impuesto se esté o no de acuerdo. En realidad, pensamos que se dan ambas cosas. Es cierto que los individuos están obligados a actuar de acuerdo a unas leyes que definen el tipo de sociedad en que vivimos. También es cierto que un tipo de sociedad es más favorable a unos individuos que a otros. Así es que esto nos conduce al hecho de que un tipo de “sistema” favorece unos intereses o valores. Si precisamos más, en realidad el sistema obedece a una cierta ordenación de valores, es decir, a una escala en la que todo se coloca por orden de importancia desde lo más a lo menos importante. Si definimos el valor “1”, vemos que todo en la construcción de ese sistema se arma mirando a esa referencia máxima.  Si, tal como nosotros sostenemos, el dinero se hubiera instalado como el máximo valor en este sistema, el gobierno, la justicia, la ciencia, …..todo, se orientaría en su funcionamiento teniendo en cuenta eso como principal referencia.

El sistema además viene definido por la metodología que utiliza para establecer su valor primario en el todo social. Entendemos que el sistema recurre a la violencia cuando no puede imponer su valor por medios más fáciles. Estas dos características, el dinero como valor central y la violencia como metodología de acción, hacen a la esencia del sistema, no sólo en su comportamiento individual y colectivo sino que de ellos deriva una dirección, una visión del mundo, una moral, una mentalidad, etc.

Dado el momento histórico que nos ha tocado vivir, donde en el campo del conocimiento frecuentemente se prima una visión analítica sin fomentar las ideas de proceso y de síntesis, es muy frecuente pensar ingenuamente que los diferentes planos de la vida humana son realidades independientes entre si. Me explico; con frecuencia se analiza la realidad política, se ven los problemas y se dice que cambiando tales o cuales leyes esos problemas se solucionarían. Como decía antes, ese es un punto de vista muy ingenuo. Esas soluciones solo serían posibles si habláramos de puntos muy superficiales y secundarios que no afectaran a la esencia del juego político, a los intereses del “sistema”. Por ejemplo, quizá podrían salir adelante algunas leyes que regularan un poco la construcción de viviendas. Pero es claro que aquellos que buscan su enriquecimiento rápido y a toda costa seguirán en sus trece no importa con qué ordenamiento jurídico o administrativo. Encontraran la manera de retorcer la ley a su favor, o simplemente de saltársela, y para ello por supuesto que contarán con las complicidades necesarias dentro de las estructuras de gobierno. Si la cantidad de cambios secundarios que se hicieran fuera tal que afectaran a la esencia del sistema; por ejemplo, si un gobierno decidiera crear un conjunto de leyes que supusiera que en el tema de vivienda el valor central ya no va a ser el dinero sino el que absolutamente todos los ciudadanos tienen derecho a vivienda y el Estado lo va a garantizar por encima de cualquier otra consideración; si esto sucediera y se pretendiera cambiar la situación operando únicamente en el plano político, veríamos como todos los resortes del sistema se tensaban negando cualquier posibilidad de cambio en esa dirección. Los bancos amenazarían con quiebras, los inversores con descapitalización, las empresas con despidos, y la cosa no quedaría ahí, las familias que han comprado su vivienda y cuentan con ella como un depósito de sus ahorros no estarían de acuerdo porque al generalizarse la propiedad su bien perdería valor, aquellos que compraron su casa a un precio, y que están pagando la hipoteca relativa a aquel precio, también se negarían a que otros pudieran tener una vivienda con un esfuerzo inferior al que ellos hacen, aunque esto suponga que se quedaran en la calle. En fin, ese supuesto gobierno solo contaría con aquellos que ni tienen casa ni medios para obtenerla, es decir, una minoría marginal insuficiente para impulsar ese cambio. Es decir, ningún cambio esencial del sistema podrá hacerse únicamente desde el plano político.

Lo anterior parece evidente pero aun así se suele olvidar. Un cambio esencial de sistema deberá abordarse simultáneamente en todos los planos: político, social, cultural, económico, vecinal, familiar y personal.

Por supuesto, tal cambio necesitará de una trasformación jurídica general que se cuestione su propio valor central, sus procedimientos, el valor de la ley, el valor de las penas, la dirección de la rehabilitación, los procedimientos coercitivos, la protección de todos, etc., etc.

Pero además, y al mismo tiempo, estas medidas necesariamente deberían apoyarse en una profunda revolución social en la que el pueblo retoma de verdad la soberanía y modifica su participación en la vida pública y sus mecanismos de representación. Estaríamos pasando de una democracia formal a una democracia real.

Pero, ¿cómo sería eso posible en una sociedad como la actual, con la actitud personal, las aspiraciones, la mentalidad, del hombre medio? Es claro que un cambio de sistema requiere una profunda trasformación en las conciencias de la gente. El individuo deberá tener la experiencia de fracaso de este sistema, y de su propio fracaso personal, para que la posibilidad de crear algo nuevo empiece a tener espacio en su conciencia. Sinceramente creo que esto todavía no es así. Claro que hay mucha gente que está sufriendo las injusticias de esta sociedad y querría cambiar. Algunos de ellos son convencidos creyentes en el sistema que únicamente aspiran a “colocarse” mejor, en una posición más ventajosa. Otros realmente quieren cambios pero referidos únicamente a esas injusticias que a ellos les afectan. También están los que se plantean cambios en el sistema pero ingenuamente creen que podrán hacerlos sin tocar la esencia del mismo, o actuando simplemente en el campo que les es más cercano. Por último, creo que cada vez son más los que caen en cuenta de que un cambio de “sistema” implica una profunda revolución que empezando en su propia vida, en sus aspiraciones, en sus ideas, en sus sentimientos, en su comportamiento, trasforma su relación con los que le rodean, y junto con ellos, abordan un proyecto de trasformación social. Esta es la postura que propugnamos desde el Partido Humanista. Pensamos que no es posible arreglar un sistema que va hacia la descomposición y que la única salida posible será una revolución política, social, cultural y personal. Una revolución que suponga un cambio profundo de paradigmas donde el ser humano sea el valor central. Una revolución que asuma la metodología de la no-violencia activa, no sólo por motivos prácticos sino por coherencia con un nuevo sentido en la vida de las personas.

Seguramente, en este mismo Congreso estemos juntos organizaciones y personas que mantenemos diferentes puntos de vista respecto a la situación actual. Si bien pienso que seguramente a la mayoría los aquí presentes nos une una actitud de denuncia de una situación que rechazamos y de búsqueda de soluciones a los problemas de la gente, posiblemente tengamos diferencias de enfoque y, aunque mantengamos coincidencias sobre la acción coyuntural, quizá las posibles direcciones de futuro que contemplemos sean diferentes.

¿Qué hacer en este momento? En cualquier caso creo que es bueno lo que une a la gente y malo lo que la separa. Así es que mis propuestas para este Congreso son:
-         Discutir en profundidad y con libertad interna, sin quedar atrapados en los detalles secundarios, acerca del tipo de sociedad que queremos construir y del futuro que estamos dispuestos a crear, con una mirada integral y sin la ingenuidad, los prejuicios y la estrechez de miras propios de un momento histórico que ya pasó.
-         Fomentar las acciones conjuntas en la base social, en la calle, en la universidad, en los barrios, en denuncia de las injusticias de este sistema, al tiempo que vamos reconstruyendo unas relaciones y un tejido humano muy deteriorado actualmente.
-         Consideramos que nuestra diversidad de ideas y puntos de vista es una riqueza y que un intento uniformador, por ejemplo, una candidatura única a elecciones, debe ser contemplado con mucha precaución, al tiempo que apoyamos decididamente la colaboración y la participación en multitud de actividades que puedan ir desembocando en un movimiento social amplio y diverso.
-         Damos las gracias a los organizadores de este Congreso por su generosa labor y, desde ya, agradecemos la oportunidad que se nos brinda de participar y seguir trabajando en esta iniciativa.

Por último, una palabra de ánimo para aquellos que pudieran sentir que la tarea que nos queda por delante es demasiado grande o demasiado difícil. La Historia, esa pícara vieja siempre atareada, cocinando en su Gran Olla los anhelos de los hombres, hace tiempo que da señales de estar harta de seguir removiendo el mismo guiso. Así es que creo que deberíamos prepararnos para cambios muy profundos pues, ya se sabe, una vez que esa vieja se lanza no se para luego en pequeñeces. Muchas gracias.
                                                                        
Pablo Martín -PARTIDO HUMANISTA

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